Como un cuchillo rajando justo el centro del pecho, los niveles de sentimientos nocivos aumentan, por una palabra.
El gigante, la más pequeña y yo, desde un lado del espejo, viendo a través del lente lo que la mente tenía dibujada. Y del otro ella, la que se encarnó mujer y nos calló la sonrisa sin siquiera saberlo.
Yo no tengo que dar explicaciones, ni escribir como si fuera otra. Hoy solo quiero descansar en las ranuras de la pared, que el frío toque mi mejilla.
Y con la más pequeña mantengo un diálogo infinito, lleno de cosas lógicas sólo para tres.
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